VI
Esa noche, luego de una tediosa clase de Etnografía del habla, Gabriel llegó agotado a casa. Vivía con su mamá, una humilde vendedora de productos de aseo y fervorosa creyente, consecuencia obvia de una educación parcializada y un sincretismo religioso sin par. Ella estaba viendo en el noticiero de la noche una noticia que le impactó. La linda presentadora hablaba con notables gestos de desaprobación, de la fundación de una guerrilla contra Cristo que prendía las alarmas de una Colombia que necesita de Dios.
Mostraron en pantalla los dos panfletos que los buenos ateos habían redactado y un collage de fragmentos de entrevistas que en el día les habían hecho a transeúntes escandalizados y a jerarcas de la iglesia. Todos coincidían en su indignación. La rabia se arremolinó en los intestinos de Gabriel y a los pocos minutos defecó con furia.
Los comentarios denigrantes inundaron el foro de la página de internet que con mucho esfuerzo habían diseñado. En twitter había una guerra frontal entre defensores y opositores de la causa atea. Y parecía que los amigos de Cristo estaban ganando. Las amenazas pululaban como los errores de redacción en la biblia.
-Yo sabía que esto iba a pasar. Dijo Álvaro en conversación telefónica con Hija de Lot. Desde ese momento y a petición de la atea, Álvaro fue conocido como El profeta.
Álvaro Uribe era por ese entonces una figura pública preponderante, expresidente de la República de Colombia. Un hombre recio de derecha, católico hasta el tuétano, del que se dice que tenía nexos con grupos armados ilegales; de mano dura con los delincuentes y rodeado por oscuros personajes que hoy en día están en la cárcel. Álvaro Uribe era también el nombre de un estudiante de sociología de la Universidad Nacional, un joven rebelde de pelo largo, cercano al socialismo, fumador de marihuana y acérrimo ateo. La coincidencia estúpida de nombres le había causado a El profeta incontables burlas y apodos, antítesis de su subversión. Cada salida en falso del expresidente replicaba tenazmente en la cotidianidad de El profeta.
-El profeta estaría bien. Me gusta el tono místico. Sentenció Álvaro José, como se hacía llamar antes del alias que le asignaba Mariana. Pero su voz estaba apagada. La angustia de ser el líder del movimiento que toda Colombia quería desmembrar no le permitió decir más.
Al día siguiente, muy temprano en la mañana, los buenos ateos se reunieron. Hija de Lot, El profeta y Gabriel, el único miembro sin alias; discutieron largamente sobre los acciones que ya habían desarrollado y sobre el porvenir del movimiento. Fueron pesimistas. La chispa rebelde se estaba extinguiendo. No querían morir como mártires ni ser expuestos en la picota pública por atreverse a pensar distinto. Se sintieron en el Medioevo. Estaban condenados a la hoguera.
Revisando las noticias de la prensa en internet y las columnas de opinión de los principales diarios de Colombia, se encontraron con que una pequeña rama de periodistas independientes veía en ellos el ejemplo a seguir de una juventud ciega, acostumbrada al fútbol, al reggaetón y a la indiferencia.
Gabriel leyó en voz alta el fragmento de una columna que más parecía la reseña de un libro de poemas:
“El tono rebelde de los buenos ateos refresca la anquilosada sociedad pacata de los colombianos y amalgama con sutileza el libre pensamiento de Gaitán Durán y los ensayistas de la revista Mito en los cincuentas, con la rebeldía rabiosa de los nadaístas…”
Pero era una pequeña minoría. El resto de la prensa despreciaba su ímpetu iconoclasta; los más fervorosos, incluso, condenaron la herejía con todo el desprecio que su falsa moral les permitía. Gabriel de nuevo se permitió proporcionar un ejemplo:
“Es inminente la necesidad de individualizar a estos sujetos que pretenden alterar el carácter inmutable de la Iglesia, representante de Dios en la Tierra. Esperemos que la justicia de los hombres impute los delitos a los que haya lugar a estas personas que no son más que ovejas perdidas en un mundo lleno de vicios y necedades. Por su parte la Iglesia habrá de excomulgar a estas almas impías y será Dios en los cielos quien perdone sus herejías…” opinaba un padre de la iglesia que tiene un espacio semanal en el periódico de mayor circulación en Colombia.
Precisamente esa intromisión de la iglesia en los medios de comunicación y en las diferentes esferas del poder era la que atacaban los buenos ateos.
-¿Por qué si vivimos en un país donde se consagra el derecho a la libertad de culto, debemos leer lecciones de moral cristiana cada fin de semana? Replicó Hija de Lot. Y como haciendo catarsis por el rencor y la impotencia siguió preguntándole al aire lo mismo que después escribiría en su diario:
“¿Cómo puede haber libertad de culto en una sociedad cuyos días festivos se rigen por las celebraciones de la iglesia católica? ¿Cómo ser una buena atea en un país de autoridades rezanderas? ¿Cómo garantizar mis derechos como mujer, si la iglesia, no contenta con meterse en mi historia, se quiere meter también en mi corazón, en mi cerebro, en mi matriz, en mi cama, en mi libertad? ¡No puede haber libertad en un país cuyas noticias de última hora se adornan con epítetos de alabanza a Dios! ¡No podemos ser libres mientras nos enseñen a persignarnos antes que a pensar! ¡No estoy dispuesta, no quiero renunciar a mis principios, no quiero perdón divino!”
Las últimas oraciones le salían fragmentadas, difusas, inconclusas. No pudo controlar su respiración, las vocales trémulas se alargaron hasta que rompió en un llanto limpio, sincero, rebelde.
No era para tanto, buena atea. Aún tenían mucho por hacer. La ley, aunque injusta, parcializada y devota de Cristo no podía atarte ni callarte. Como lo decía otra columna que apareció por ahí, eres libre para expresar tu opinión, eres libre para encarnar los derechos vulnerados de las mujeres ateas y protestar, y así lo harías aunque pudiera costarte la vida.
Pese a la lluvia de críticas, lo cierto era que en pocos días habían conseguido dar el primer paso de cualquier movimiento revolucionario: Visibilizarse. Tenían en ese preciso momento 9840 seguidores en twitter y la gente estaba como loca imprimiendo los panfletos que colgaron en la página de internet y dándolos a conocer en sus redes sociales, en sus comunidades, en sus parques y en sus iglesias. Incluso, gracias a la magia del internet, los buenos ateos ya gozaban de prestigios incipientes en diferentes círculos de jóvenes ateos en España y en donde fuera que la cuenta @buenosateos tuviera seguidores. Las columnas de opinión apoyando a estos tres ateos se reproducían por doquier y su rebeldía se esparcía por el mundo. El profeta, Hija de Lot y Arcángel como se hizo llamar Gabriel -un apodo sin arandelas, simple como su dueño, pero funcional- habían puesto el dedo en la llaga. Somos millones de ateos anónimos en Colombia y en América y ellos nos habían dado la voz y el carácter del que carecemos.
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